Seis Años

Juliana Castañeda
octubre 2021

Seis años limpiando mesas en esta mezcla de restaurante, bar y casino. En el tiempo que llevo aquí hubiera podido sacar un diploma de Ingeniería. Aunque para eso tendría que pasar muchas noches en vela, estudiando y sufriendo por no entender lo que van a preguntar en los exámenes que voy a reprobar. Yo prefiero pasar las noches en vela, deseando que se acabe el turno y echándole la madre (mentalmente) a todos los clientes que han pasado por aquí alguna vez en su vida. Especialmente a los que han pasado por aquí muchas veces en su vida. Desocupados sin aspiraciones.

Casi puedo recordarlos a todos. Si no tengo una imagen mental perfecta de cada rostro que he visto entrar será porque a todos los puedo clasificar de alguna manera. Están los jóvenes entusiastas que vienen para pasar el tiempo, con quienes creen que son sus amigos, sintiéndose adultos independientes por gastar dinero en alcohol y comida que recién descongelamos en la cocina. Creo que ellos tampoco tienen en mente volverse ingenieros. Luego están los adultos, no tan mayores, que vienen con un par de amigos para sentirse nuevamente como adolescentes liberados por huir de sus familias mientras hacen un esfuerzo por disfrutar la música de mierda que suena cada día.

Pero los peores de todos son los adultos bien mayores que no pretenden ni engañarse a ellos mismos, pues parecen estar en paz con el hecho (para mí trágico, para ellos neutral) de que casi se han convertido en un elemento más de decoración. Llevan viniendo aquí cada noche, durante décadas, a gastar la plata que yo usaría para comprar una casa cerca al mar. Algo me dice que esos cuchos no obtuvieron nunca ningún diploma de ingeniería.

Mis favoritos son las familias pequeñas que vienen, según yo, por accidente. Entran solamente a comer cualquier cosa cuando no quieren cocinar. Y digo familias pequeñas porque no soporto a los grupos grandes que transforman este sitio en el Centro de Convenciones, Eventos y Recreación: Sálvese Quien Pueda. Los de pequeñas familias me provocan un poco de alegría porque son los únicos que parecen reconocer que venir acá es más algo de “una vez al año no hace daño” y no agarran por deporte el llegar a ensuciarme las mesas mientras combinan las cervezas desabridas con las salsas bbq que llevan días guardadas en un barril de plástico. Con esas familias rompo mi autoimpuesta regla de no hablarle a nadie mientras recojo los platos y hasta juego a ser mesera sólo para sonreír genuinamente e intentar adivinar a qué se dedican en su día a día. Me gusta imaginar que los niños que ahora colorean con las crayolas que llevo a la mesa estarán recibiendo el diploma de ingenieros en unos años.

Seis años. Seis navidades, seis Halloweens, seis días de San Valentín y seis finales de ligas deportivas. No puedo pensar en un peor lugar para pasar esos días que caminando de un lado a otro con un trapo húmedo con vinagre o con platos asquerosos que untan mis manos de asquerosas sobras de comida y alcohol. Bueno, sí puedo. Sería peor no estar aquí recibiendo el pago mínimo más propinas para luego ir a gastarlos con quienes creo que son mis amigos en algún otro bar/restaurante, esforzándonos por disfrutar de la misma música de mierda.

O gastarlos con el batallón que tengo por familia, comiendo y gritando en algún lugar donde incomodemos al resto de gente que porque estamos pagando por estar allí. Todo esto valdría la pena si después de otros seis años trabajando aquí puedo dar lo de la cuota inicial para una casa en el trópico donde recoja la fruta que cae de los árboles en vez de las servilletas cochinas de las mesas pegachentas. O al menos si en unos quince años me encuentro en una cafetería medio maluca donde para la gente que está de paso y la mesera le trae a mi bebé unas crayolas para que coloree mientras mi esposo y yo pedimos unos pancakes con tocino y miel de maple. Ojalá ese bebé si pueda con lo del diploma de ingeniería.

¿No sería mejor renunciar y pasar los próximos seis años endeudándome para que la gente hable sobre mi título de ingeniería y luego pasar los siguiente seis años en angustia porque hablan sobre mi estado de desempleo? Aunque he escuchado que los que estudian ingeniería son solamente otro tipo de desocupados sin aspiraciones de disfrutar la vida porque se la pasan encerrados en la biblioteca y se alimentan de espagueti y barritas de cereal. ¿Para qué sirve la ingeniería, a todas estas? Mejor me quedo limpiando mesas con esta caterva de viciosos, que igual a tomar cerveza desabrida y comer comida congelada estamos condenados todos.