Matrioshka: una película sobre el eco de los silencios
Por Juliana Castañeda
17 de mayo del 2025
Ana llega de sorpresa a la casa de su abuela Lucía para estar con ella el fin de semana. No contaba con que su madre, Julia, también estaría allí. Ana y Julia no tienen una buena relación y ahora deben pasar juntas unos días cargados de silencios que gritan secretos.
Matrioshka es la nueva película de Jorge Forero, protagonizada por Vicky Hernández, Ana María Sánchez y Alma Rodríguez. En ella vemos cómo abuela, madre e hija le han dado forma a la historia de vida de la siguiente, basado en sus propias vivencias.
Como las muñecas rusas a las que hace referencia el título, cada mujer envuelve la vida de una hija que reflejará los retos y los dolores de su maternidad. Una de las preguntas que surge a lo largo del filme es si Ana podrá enfrentarse a la posibilidad de ser madre, considerando el ejemplo que Julia y Lucía le han dado.
Lejos de ser una terna armónica y amorosa, la relación entre estas mujeres contiene fuertes cargas de rencor, remordimiento, y soledad. En su compañía de fin de semana resaltan los silencios, que en ocasiones pueden incomodar al espectador e interpelarle sobre las tensiones latentes en su propia familia.
La película también nos cuestiona sobre la mejor manera de sanar las heridas familiares, si es que existe una. La empatía que sentimos por el dolor de Ana (Alma Rodríguez) es confrontada por la voz firme y autoritaria de Lucía (Vicky Hernández) quien defiende la idea de que una madre es irremplazable y aboga por Julia (Ana María Sánchez), aclarando que “nadie sabe cómo ser mamá, hijo, o papá.”
La tensión creciente durante la película va soltando como migajas las razones por las que cada mujer se siente incompleta y por la que tienen una relación fraccionada. La eventual confrontación entre Ana y Julia permite revelar un secreto que dará respuesta a las heridas transversales en esa familia. ¿Será esa la llave que faltaba para que resuelvan sus conflictos?
Esta es una película íntima y contenida. No necesita grandes giros ni frases grandilocuentes para conmover. Su fuerza está en los silencios, en las miradas esquivas, en las conversaciones a medias. Porque Matrioshka habla precisamente de eso: de lo que no se dice, de lo que no se puede —o no se sabe— hablar con la familia.
La película no ofrece respuestas, pero sí nos confronta con la idea romántica de familia y la difícil realidad que suele permearnos. Nos muestra la complejidad de los afectos y los errores. Funciona tanto como una rendija imperceptible con acceso a la realidad íntima de una familia, así como un espejo enorme para analizar la nuestra.