Papa Francisco en Canadá: sobre el perdón y la reconciliación

Por Juliana Castañeda

1 de agosto de 2022

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La semana pasada ocurrió un acontecimiento importante en Canadá. El papa Francisco estuvo en territorio canadiense por seis días, visitó tres ciudades y se reunió con varios grupos de personas para escuchar —más que para aconsejar— durante su “Peregrinaje Penitencial”, como él lo denominó. Fuera de los círculos católicos hubo poca expectativa por el viaje papal, pero, a medida que Francisco pronunciaba discursos y cumplía su agenda, el tema apareció más seguido en los medios de comunicación.

Esta visita fue particular para todos los involucrados pues no era un viaje pastoral común y corriente de los que suelen hacer los papas. El objetivo principal era mucho más específico: pedir perdón a los Pueblos Autóctonos por los abusos y delitos cometidos por miembros de la Iglesia en territorio canadiense.

Desde el 2015 se esperaba un pronunciamiento oficial por parte del papa, luego del reporte final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá acerca de los hechos ocurridos en el marco del sistema de escuelas residenciales para niños indígenas. En abril del presente año, cuando una gran delegación de grupos indígenas visitó el Vaticano para tener un encuentro personal con el papa Francisco, se acordó su visita a Canadá lo antes posible. Ahora se puede pensar en ambos viajes como complementarios en el proceso de reconciliación: la visita de los delegados indígenas al Vaticano para abrir sus corazones y memorias culmina con la visita del Sumo Pontífice a Canadá para pedir perdón en nombre de la Iglesia Católica.

Dos cosas me llaman la atención de las disculpas ofrecidas por el papa Francisco: su honestidad y su sentido de conexión con las víctimas y los victimarios.

Su vergüenza y contrición es perceptible para quienes seguimos los encuentros a distancia y para las víctimas que tuvieron la oportunidad de encontrarse personalmente con el papa. Esa honestidad es palpable no solo en las palabras empleadas para pedir perdón y reconocer explícitamente los dolorosos hechos en cada alocución, sino también en el gesto de viajar hasta Canadá con tan poco tiempo de preparación y en condiciones de salud delicadas que recientemente lo habían llevado a cancelar su viaje apostólico al Congo. El amor y la humildad que se requieren para pedir perdón se ven reflejados en sus acciones que distan tanto de un simple comunicado oficial o un tweet impersonal en el que se hubiera podido referir al tema.

Alguien me dijo que no tiene sentido que sea Francisco quien pida excusas puesto que no fue él quien cometió los actos. Curiosamente, esa persona ha sido rápida en otras ocasiones para calificar a todos los sacerdotes como abusadores. Esa tendencia de generalizar y estigmatizar lo negativo en una población y ver lo positivo como una excepcionalidad dice mucho de nuestro concepto de humanidad. Es entendible que las acciones nefastas de algunos católicos hayan alejado a tantos que ahora son incapaces de reconocer la bondad que también está presente en otros miembros de la iglesia que, como el papa Francisco, buscan aportar en el proceso colaborativo de reconciliación. Parece que estamos tan acostumbrados al mal que la bondad y los actos de reparación son la excepción y no la regla. No obstante, la visita del papa se puede leer como un aprendizaje para navegar las corrientes de maldad y bondad que siempre chocan en los grupos sociales, y un llamado a volver a la humildad para conectar con los demás a través de pedir y recibir perdón.

La pregunta de por qué el papa debía ofrecer disculpas se responde fácilmente recordando que él es la cabeza de la Iglesia Católica como institución universal y, por tanto, sus palabras son emitidas en nombre de quienes estén asociados a ella. Puesto que muchos de los victimarios han fallecido o se encuentran recluidos en monasterios lejos de Canadá, la voz que debía pedir disculpas debía ser quien representara completamente a la Iglesia. Cumpliendo a cabalidad con esa expectativa, Francisco asumió su relación con hombres y mujeres religiosos que nunca conoció, mostrándose parte del grupo usualmente caracterizado como abusadores, para reconocer las afrentas que no cometió y pedir disculpas por ello. Esto porque se entiende que como institución y miembros de un grupo social (de manera teológica, como miembros de la iglesia de Cristo), él también está conectado con los crimines de otros, especialmente cuando erróneamente se hacen en nombre de la fe.

Sin embargo, lo que más me llama la atención es su sentido de conexión con los Pueblos Indígenas. Me atrevo a suponer que parte de la empatía se debe al amor que el papa y los mayores indígenas le tienen a Santa Ana. Tradicionalmente reconocida como la madre de la Virgen María, Santa Ana, ocupa un lugar especial en el corazón de muchas comunidades indígenas de Canadá. Venerada como figura de la abuela, simboliza la crianza, la sabiduría y la fuerza de los lazos familiares, valores profundamente arraigados en las culturas indígenas. Durante generaciones, la devoción a Santa Ana se entrelazó con la espiritualidad indígena, especialmente entre los First Nation y los Métis, convirtiéndola en un importante puente entre las tradiciones católica e indígena.

Pero me atrevo a suponer que dicha empatía se debe también a la identidad que comparten Santa Ana, el papa, y muchos de los sobrevivientes, como adultos mayores. El respeto y amor por las personas de la tercera edad es uno de los temas que Francisco ha venido enfatizando a lo largo de su pontificado, junto con el papel de la juventud y la defensa del medio ambiente. También estos últimos dos temas resaltaron durante su visita a Canadá, pues una de las características que confesó admirar de los pueblos indígenas es su conexión con la naturaleza, y el discurso final que ofreció en el territorio ártico de Nunavut iba dirigido a los jóvenes.

Creo que el papa Francisco, como tantos otros hombres religiosos, filósofos y artistas en la historia, entiende la conexión y la interdependencia inherente a la humanidad que imposibilitan la concepción de las relaciones sociales como antagónicas y comprende que él no solo hace parte del grupo de victimarios, sino que, en tanto ser humano, también se identifica con las víctimas que sufren por las acciones alejadas de las enseñanzas del Evangelio.

Más allá de estas ideas filosóficas, aún queda por ver las posturas futuras de la Iglesia Católica y los Pueblos Autóctonos en Canadá. La manera en que las víctimas acojan el perdón ofrecido por el papa Francisco y las acciones concretas que tome la Iglesia como institución será lo que decida el futuro de este camino de verdad y reconciliación que tiene lugar en Canadá. Esto, a su vez, tendrá repercusiones internacionales y se verá como un hito en la historia del perdón, la memoria, la colonización, y las relaciones humanas que nos atañe a todos.