Filosofías de cocina: el legado de Sor Juana
Por Juliana Castañeda
14 de septiembre del 2022
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En cuestión de días dejé de usar la mayor parte de mi tiempo leyendo y escribiendo por pasar horas recogiendo muebles por toda la ciudad y cocinando en mi nueva casa. Aunque extraño la interacción con los textos (he cambiado la música por los podcasts para seguir en contacto con el arte de las palabras), aún sigo en el periodo de luna de miel con la cocina.
Cada vez que estoy allí aprovecho para apreciar las cositas decorativas que le he regalado, cual mamá primeriza que se vuelve estilista de su bebé. También me aseguro de estar mentalmente presente y disfrutando el tiempo de lavar vegetales, organizar el mercado y preparar comida. Cuando me descubro apreciando el proceso de cocinar, me rio mentalmente, recordando a la Juliana que hace no más de unas semanas prefería abrir latas de atún y almorzar sándwiches. Enseguida se me viene a la mente la imagen recreada de una de mis ídolas literarias y las palabras que le dedicó al acto de cocinar.
La escritora más destacada en español durante el siglo XVII fue una monja mexicana que, además de sorprender con su talento artístico, también dominaba el área de ciencias naturales. Se llamaba Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, pero hoy en día es más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, o simplemente Sor Juana.
Fue una niña prodigio que a los cinco años podía hacer matemáticas, leer y escribir (en latín). Antes de que pasara la adolescencia, ya escribía poesía en Nahuatl y Castellano, conocía de filosofía y lógica griega, sabía de biología, física y química, se versaba en teología y podía responder las preguntas más difíciles de distintos temas planteadas por los hombres más sabios de la colonia.
Así se fue convirtiendo en una mujer influyente en la Nueva España y famosa incluso en la Península Ibérica. Por el amor al estudio, Sor Juana optó por ingresar al convento para poder seguir cultivando sus múltiples habilidades en vez de convertirse en esposa y ama de casa.
Sobre la vida y obra de esta escritora queda mucho por decir, pero ahora solo corresponde hablar acerca de sus últimos años de vida pública.
Luego de una persecución por parte de un par de obispos influyentes que quisieron callar la voz femenina que por años estuvo bajo la protección de los virreyes de la Nueva España, Sor Juana se vio obligada a renunciar a la escritura. También tuvo que desprenderse de sus posesiones y donó todos los libros e instrumentos científicos que tenía en su biblioteca (dicen que era la más grande de toda América en esa época).
Se dedicó, entonces, a los oficios comunes para cualquier otra monja: orar, cuidar enfermos, limpiar, y cocinar. Por fortuna para nosotros, el último escrito que se conoce de Sor Juana menciona brevemente sus reflexiones sobre estas labores mundanas a las que no estaba acostumbrada.
En una carta titulada Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Sor Juana se defiende a sí misma y a todas las mujeres que han pretendido incursionar en los saberes y prácticas que estaban reservadas a los hombres. En medio de su crítica intelectual incluye reflexiones entre burlonas y desafiantes donde cuenta que incluso en el proceso de cocinar, ya que se le prohibió escribir y estudiar, ha encontrado la forma de analizar las realidades naturales y sociales.
Para ella, ver las transformaciones físicas de la manteca caliente, los huevos fritándose y el azúcar diluyéndose implica una especie de estudio empírico de las realidades biológicas y químicas que para la mayoría de nosotros pasan desapercibidas. Así, convirtió su castigo de limitarse a las labores caseras en un ejercicio más para alimentar el intelecto y una excusa para responderle al obispo (y a todos los demás) que no aprueban a la mujer cultivada en las artes y la ciencia.
Si bien no puedo decir que yo también sea consciente de las reacciones químicas que ocurren al hacer un guiso para el sancocho, sí debo confesar que ahora pienso más en el proceso de cultivar, recoger, mantener, y cocinar alimentos.
Por supuesto eso no es nada extraordinario, ni me acerca mínimamente al nivel de análisis y talento de Sor Juana, pero me consuela pensar que algo estamos compartiendo ella y yo, con siglos y un abismo intelectual de diferencia.
Mientras sigo sembrando semillas para crecer en el ámbito literario, con la pretensión caprichosa de aprender de ella su lado artístico, intentaré imaginarme a Sor Juana también acompañándome en la cocina para descubrir el universo de filosofía que esconden las ollas y la nevera.
Mantengo esa convicción recordando constantemente lo que escribió en aquella famosa carta: “Pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.