¿El tiempo pasa más rápido que antes?
Por Juliana Castañeda
15 de agosto de 2022
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Hace poco empezó a circular la noticia de que nuestro planeta había girado alrededor de su eje en tiempo récord. Los portales de noticias han estado reportando que hace unas semanas tuvo lugar el día más corto en la historia, y que la Tierra estaba más mareada que un borracho en un carrusel.
Los periodistas han intentado sacarle una explicación a la comunidad científica, que tampoco se pone de acuerdo si este fenómeno se debe al derretimiento de los polos, a la forma ovalada del planeta, o a cualquier otra explicación que escape nuestro entendimiento. Mientras tanto, muchos de los comentarios que surgen de los lectores y los reporteros van por la línea de “¡con razón cada vez se siente que el tiempo pasa más rápido!”
Comentarios así los sueltan confiadamente, sin darse cuenta de que el afán de la Tierra por acabar con esto más pronto que tarde no tiene nada que ver con la sensación de que veinticuatro horas no son suficientes.
Los pocos días que por décadas se han registrado por fuera de la duración normal a penas se desvían por un milisegundo. Eso es menos de una centésima parte de lo que nos toma parpadear. Es imposible que los workaholics y los hiperactivos de este mundo percibamos la ausencia de un milisegundo durante la jornada.
Si quisiéramos entender por qué parece que el tiempo se pasa cada vez más rápido tendríamos que dejar a los planetas jugar a las carreritas y enfocarnos en nuestras propias competencias de velocidad.
Por mí parte, estoy segura de que un día, una semana, o un mes no se sentiría tan corto si pudiera pasar ese tiempo recostada frente al Mar Caribe. O incluso si lo tuviera que pasar encerrada en mi casa leyendo toda la producción escrita de la filosofía occidental.
No estoy diciendo que el fenómeno en cuestión tenga que ver con que el tiempo es relativo y todo depende de la percepción de cada sujeto. No se trata tanto de lo poco que uno pueda percibir del paso del tiempo, como de lo mucho que intentamos hacer de forma acelerada. No es precisamente la percepción de que el sol se pone cada vez más temprano, sino la certeza de que no terminamos nuestra lista exhaustiva de quehaceres antes de que anochezca.
Tampoco tiene que ver con la hora en que amanece o en que nos despertamos para empezar la rutina. Todo se reduce al tamaño de la lista de cosas pendientes que queremos hacer o que nos han dicho que debemos terminar pronto.
De alguna forma, los avances científicos que han permitido que las chicas del otro lado del planeta reciban su ropa hecha en Asia en mucho menos tiempo de lo que le hubiera tomado a un mercader árabe traer telas de China para comerciarlas en Europa y exportarlas al Nuevo Mundo ha significado que a todo ese tiempo ahorrado se le tiene que dar uso productivo.
¿En qué momento empezamos a caer en la trampa de que el poder movernos de un punto A a un punto B en tiempo récord y sin peligro de contraer alguna enfermedad exótica o morir de inanición implica tener que acelerar todos los demás procesos naturales de la vida?
La globalización y la ciencia se han tomado el atrevimiento de engañarnos con el ideal de que debemos nacer, crecer, reproducirnos y morir antes de que se nos empiecen a notar las arrugas en el rostro. Por suerte, dicen ellos, también están aquí para ofrecernos un tratamiento no-invasivo que ayuda a ganar algo de tiempo y retrasar nuestra fecha de expiración.
Con la esquizofrenia colectiva de educarse lo más posible, conocer gente, cocinar saludable, hacer ejercicio, mantenerse al tanto de noticias, disfrutar la naturaleza, entregarse a los placeres, saber de arte y cultura popular, hacer fortuna, perder la fortuna, casarse, divorciarse, arrejuntarse, comer, lavar, planchar, aguantarse los trancones, tener hobbies, cuidar las plantas, reciclar y dormir ocho horas al día no hay rotaciones planetarias que aguanten.
Obviamente que el tiempo parece moverse más rápido porque antes a la gente le tomaba toda una vida hacer una centésima parte de lo que se espera de nosotros antes de los 40 años. Así nos acostumbraron y así nos toca agradecer, porque ya no solamente somos la especie superior en la Tierra sino también la más productiva y rentable.
Ojalá que en algún power nap, coffee break o sesión de mindfulness podamos darnos cuenta de que aún quedan bastantes veinticuatro horas para sumarle a nuestra existencia y a eso solamente toca restarle unos cuantos milisegundos.