Un desempleado más: la evolución de la Navidad
Por Juliana Castañeda
24 de diciembre del 2022
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En 1998, con el álbum ¿Dónde están los ladrones?, Shakira lanzó varias de sus mejores canciones. Una en especial sobresale por el tema que trata y la manera tan ingeniosa en que lo hace. Se llama Octavo Día y empieza así:
[Al] octavo día, Dios, después de tanto trabajar, para liberar tensiones luego ya de revisar, dijo: “Todo está muy bien, es hora de descansar” y se fue a dar un paseo por el espacio sideral. Quién se iba a imaginar que el mismo Dios al regresar iba a encontrarlo todo en un desorden infernal y que se iba a convertir en un desempleado más de la tasa que anualmente está creciendo sin parar.
El otro día me quedé pensando en esa imagen de Dios desempleado y me di cuenta de que esa tendencia creciente a la que se refiere mi paisana es más antigua de lo que ella se imagina. Empezó mucho antes de que pudiéramos hablar de prestaciones de servicios, seguros de desempleo e indemnizaciones. Pero no es tan antigua que se le escape la recolección de impuestos y los censos de población.
Hace como dos milenios, cuando Dios se había quedado desempleado ya por enésima vez decidió volver a buscar trabajo. Para entrar por el lado amable se le ocurrió colarse en el desorden infernal como uno de nosotros y nació de una jovencita. Lo chistoso es que le dio por nacer en la mitad de la nada, en un pesebre con animales de granja. La gente ni se dio por enterada del magnánimo acontecimiento, excepto por unos pastores y tres extranjeros que le trajeron los primeros viáticos en forma de incienso, mirra y oro. Un mínimo de reconocimiento para la sufriente familia de refugiados que había pasado la noche vagando por esa tierra extraña, aguantando portazo tras portazo de gente que no los quiso acoger. Por eso dice Shakira que es más difícil ser rey sin corona que una persona más normal.
Aunque tuvo un trabajo estable por un tiempo, unos 300 años después Dios volvió a caer en el desempleo, no ya en Israel sino en todo el Imperio Romano. Desde ese entonces hay quienes lo han visto solo en las calles transitar, anda esperando paciente por alguien con quien al menos tranquilo pueda conversar. Por fin encontró un transeúnte igual de distraído y ajeno al mundo con quien intercambiaron ideas y convicciones en las calles de un pequeño pueblo en Antalia, actual Turquía. Luego de esa conversación, decidieron asociarse en un negocio, y Nicolás, aquel transeúnte, se convirtió en un monje piadoso y muy generoso. Se le conocía por dar regalos anónimamente a los niños y por ayudar a quienes lo necesitaran. Su fama se extendió por el resto del Imperio gracias a unos marineros holandeses que regresaron a su tierra contando la historia del buen Sinterklaas que los había salvado en una tormenta en su paso por Asia menor. La historia del futuro obispo de Mira se extendió por Europa, además, por el cuento de que había ayudado a un papa muy pobre que después de haber orado por sus hijas encontró monedas de oro en las medias que había colgado en la chimenea para que se secaran.
El negocio entre Dios y Sinterklaas prosperó, pero solo uno de los socios saltó a la fama, el otro volvió a quedar desempleado. Hasta la actual Alemania también llego el chisme de Santa Claus y allá lo acogieron prontamente, combinándolo con las costumbres que precisan en el invierno. Por ejemplo, puesto que no se pueden mover en caballo por la nieve, el repartidor de regalos tenía que usar renos. Así, recorría los bosques llenos de pinos que los alemanes adornaban con luces para vencer la oscuridad de los largos inviernos. Estas exóticas costumbres cautivaron a un príncipe inglés que un día decidió poner en un gran pino decorado en la mitad del palacio de Buckingham, por allá en la época en la que uno de cada cinco habitantes del mundo eran súbditos de la reina Victoria. Pobre de Dios, que no sale en revistas, que no es modelo, ni artista, o de familia real.
Mas adelante, cuando los europeos empezaron a migrar al otro lado de charco, trajeron sus árboles luminosos a Boston y sus historias del viejito barbudo y generoso a Nueva York. Esa tierra, recientemente remodelada, luego trajo el auge de los centros comerciales. Se volvieron el sitio de encuentro con el que antes fue un monje generoso y ahora era un viejito obeso con traje rojo representando a Coca Cola. Ese impulso capitalista terminó de cumplir el oráculo de Shakira: si a falta de ocupación o de excesiva soledad, Dios no resistiera más y se marchara a otro lugar, sería nuestra perdición, no habría otro remedio más que adorar a Michael Jackson, a Bill Clinton o a Tarzán.
Con el vaivén inestable del mercado laboral que ha tenido a Dios hundido en el desempleo quedaron para la eternidad las clarividentes palabras de Shakira: Mientras tanto, este mundo gira y gira sin poderlo detener, y aquí abajo unos cuantos nos manejan como fichas de ajedrez. No soy la clase de idiota que se deja convencer. Pero digo la verdad y hasta un ciego lo puede ver.
De vez en cuando le salen a Dios trabajitos de medio tiempo, especialmente por esta época y en lugares como Colombia donde quedó la mezcla de costumbres de poner el pesebre del niño Jesús, el árbol alemán, y los regalos del monje turco.