Los cortometrajes de Wes Anderson: una reivindicación de las palabras y la imaginación
Por Juliana Castañeda
1 de noviembre del 2023
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Netflix ha estrenado recientemente 4 nuevos cortometrajes de Wes Anderson, todos ellos basados en cuentos de Roald Dahl, y el público tiene sentimientos encontrados respecto a las decisiones artísticas de Anderson para estas adaptaciones.
La maravillosa historia de Henry Sugar, El cisne, El desratizador y Veneno estuvieron disponibles uno por uno del 27 al 30 de septiembre. Todos se basan en relatos de Roald Dahl con el mismo título. Esta no es la primera vez que la obra de Dahl se adapta a un medio audiovisual: Charlie y la fábrica de chocolate (1971, 2005), Matilda (1996), Jim y el durazno gigante (1996) y Las Brujas (1990, 2020), entre otras. Tampoco es la primera vez que vemos un producto de la combinación Dahl-Anderson: la comedia animada en stop-motion El fantástico Sr. Zorro (2009) también es una adaptación de un cuento de Dahl.
Aunque todos los cortometrajes recibieron buenas críticas tanto del público como de los críticos especializados, varias reseñas más extensas expresan cierto nivel de incomodidad, principalmente respecto al compromiso de Anderson de ceñirse al texto original de Dahl. Alerta de spoilers: en todos los cortometrajes se utilizan prácticamente las palabras de Dahl como guion, con actores narrando la historia directamente a la cámara.
Una de estas reseñas señala que "el constante romper la cuarta pared mediante la dirección directa al público (por parte del narrador de cada corto) es tanto experimental como familiar". Este mecanismo de ruptura y todo lo que implica también hizo que el autor "sintiera que estos cortos son muy frenéticos, de entrega rat-a-tat" y confesara que "estas maravillosamente vertiginosas historias [me] empezaban a provocar un mareo que me hacía querer desconectarme".[1]
A diferencia de la mayoría de las adaptaciones audiovisuales de libros, los cortometrajes de Netflix de Anderson se niegan a conformarse con las normas audiovisuales contemporáneas. Revelan constantemente su origen literario, con actores recitando los relatos en lugar de simplemente encarnar a los personajes. Sin embargo, para hacerlas suyas, Anderson toma decisiones estilísticas que molestan a quienes esperaban una adaptación más convencional. Estas elecciones, aunque poco ortodoxas, resultan efectivas y lúdicas. Si se entienden cuidadosamente, ensalzan el arte de contar historias a través de las palabras, invitando al espectador a participar en el proceso creativo y rindiendo homenaje a otro artista.
¿De qué tratan los cortometrajes?
La maravillosa historia de Henry Sugar es un cortometraje de 40 minutos entregado como muñecas rusas, donde encontramos una historia dentro de otra historia dentro de otra historia. Superficialmente, trata de un hombre rico que desarrolla poderes especiales para ver sin usar los ojos y aplica esta técnica para hacer trampas en los juegos de azar.
El cisne, como los otros dos cortos restantes, dura 15 minutos. En él, el narrador nos guía a través de la historia de un niño pequeño e inteligente acosado por dos matones más grandes e ignorantes. De los cuatro, este es el cortometraje que más se aleja del enfoque cinematográfico tradicional y experimenta en su lugar con una narración teatral directa.
El desratizador presenta el encuentro entre un exterminador de ratas, un reportero de un pequeño pueblo y un mecánico. La principal atracción es el protagonista, un hombre peculiar que horroriza a los otros dos al explicar cómo logra vencer a sus presas.
Veneno podría considerarse una comedia de suspenso. Es la historia de un hombre que debe permanecer completamente inmóvil en su cama mientras su amigo y un médico intentan salvarle la vida, ya que una serpiente venenosa duerme sobre su vientre.
¿Por qué son importantes las palabras?
Es habitual sentirse bombardeado por palabras al ver una película de Wes Anderson. Muchas veces he tenido que pausar y retroceder escenas porque los diálogos eran veloces y densos. Pero en una época donde la mayoría de las películas tienen diálogos breves y simplificados, con un mayor énfasis en la acción y los efectos especiales, agradezco el característico uso que hace Anderson de las palabras en pantalla.
Incluso antes de trabajar con textos ajenos, Anderson era consciente de la importancia y el poder de las palabras en una película. Su atención cuidadosa, su curaduría y su juego con el lenguaje deberían discutirse más. Es una cualidad que lo convierte en uno de los mejores cineastas del mundo: no se trata solo de crear planos estéticos atractivos para tendencias de TikTok.
Sin embargo, muchos de los comentarios negativos sobre sus cortos en Netflix tienen que ver con la percepción de que esta vez fue demasiado lejos. La diferencia con sus trabajos anteriores radica en que Anderson decidió dejar prácticamente intacto el texto original de Dahl y utilizarlo como guion para que los personajes narraran la historia, más que interpretarla.
Por ejemplo, en Veneno, el amigo que encuentra al protagonista inmovilizado y llama a un médico para salvarlo cambia constantemente entre actuar y mirar directamente a la cámara para narrar. El narrador rompe la cuarta pared en pantalla, no con voz en off como en algunas películas infantiles, sino a través de un actor que permanece en cámara todo el tiempo.
Esta técnica es inusual y puede resultar un poco difícil de asimilar, pero logra sacar lo mejor del relato original. Por ejemplo, en El desratizador, el reportero asume el papel de narrador usando las palabras exactas de Dahl. Sin esa narración, no habríamos encontrado la deliciosa descripción: "La palabra 'ratas' salía de su boca con un sonido rico y afrutado, como si hiciera gárgaras con mantequilla derretida."
O en El cisne, hay una escena teatral donde se representa un tren que pasa a toda velocidad sobre el cuerpo del narrador, quien describe la situación con las siguientes palabras:
"El tren se abalanzó con una explosión atronadora. Como si se disparara un arma dentro de su cabeza. Con la explosión vino un viento desgarrador y chillón, como un huracán que bajaba por sus fosas nasales y entraba en sus pulmones. El ruido era ensordecedor. El viento lo asfixiaba. Sentía como si lo estuvieran devorando vivo, tragado por el vientre de un monstruo asesino que gritaba."
Una película de acción hollywoodense habría tenido una escena hiperrealista increíble. Sin embargo, al escuchar esas palabras y ver una representación teatralizada, se combinan distintas formas de arte, y se presenta de una manera igualmente eficaz y entretenida.
Crear una historia no es solo cuestión del tema o de las ideas del argumento; gran parte del talento artístico radica en la elección y el uso de las palabras. Naturalmente, al adaptar un libro a la pantalla, esas elecciones suelen quedar fuera. Pero son precisamente las decisiones que deberíamos valorar más.
Con estos cortos, Anderson reivindica esta etapa creativa sin dejar de lado sus típicas decisiones estilísticas. Infunde a las adaptaciones su propio espíritu artístico, pero mantiene (y así, eleva) las decisiones creativas de Dahl, particularmente el lenguaje.
¿Sigue siendo una adaptación?
Sí, sigue siendo una adaptación. Incluso si Anderson dejó la narración original como guion. Es cierto que resulta extraño acostumbrarse a escuchar a los actores diciendo "dije" o "él dijo", como si estuviéramos leyendo un cuento en voz alta. Pero esa ligera incomodidad la tomo con humor y agradezco el constante recordatorio de dónde proceden estas historias. Inicialmente fueron una idea transmitida a través de un excelente uso de las palabras. Quizá nunca se pretendió que fueran nada más.
Muchos se preguntan: "¿Por qué Anderson decidió adaptar los cuentos de forma tan literal?"[2] La pregunta tiene sentido: si cierras los ojos mientras ves los cortometrajes, casi podrías pensar que estás escuchando un audiolibro de Dahl. Pero entonces te perderías la genialidad de Wes Anderson. Como describe Richard Brody: "Los cuatro relatos son, esencialmente, audiolibros dramatizados, algo así como videoclips para la literatura." [3]
Por supuesto, hay que adaptarse al formato que se utilice y aprovechar al máximo la singularidad de cada forma de arte al pasar de una a otra. Pero en este caso, con las limitaciones de tiempo que tiene un cortometraje, resulta bastante encantador que un personaje en pantalla narre la historia con las palabras exactas que el autor eligió. Anderson sigue impregnando los cortometrajes de su estilo en otros aspectos, como la fotografía, la interpretación de los personajes de Dahl y el formato teatral.
Los personajes
Dos cosas se pueden esperar de una película de Wes Anderson: planos coloridos y simétricos, y un excelente elenco. En estos cortos, el elenco rota a lo largo de las historias, interpretando diferentes papeles. Encontramos colaboradores habituales de Anderson como Ralph Fiennes o Rupert Friend (Asteroid City), así como nuevas caras en su filmografía: Benedict Cumberbatch, Dev Patel, Ben Kingsley y Richard Ayoade. Todos hacen un trabajo brillante que aporta enormemente al encanto de cada cortometraje.
Los personajes que interpretan son los de Dahl, sí, pero si no supiéramos que se trata de adaptaciones, los veríamos como cualquier otro personaje de Wes Anderson: excéntricos, peculiares, con humor seco.
Además, la forma en que se cuentan las historias y se presentan los personajes funciona como una solución perfecta para las limitaciones de tiempo inherentes a los cortometrajes. Por ejemplo, el desarrollo de El cisne podría resultar pesado para muchos, ya que la única persona que habla es Rupert Friend, que actúa como narrador de la historia y nos guía a través de un escenario en movimiento. No obstante, su actuación y cómo se muestra todo lo que le rodea es tan buena que nunca llega a aburrir. Es curioso que cuando el narrador cita a los dos niños que molestan al protagonista, Friend se hace pasar por ellos, imitando la voz de niños fastidiosos.
Algo parecido ocurre hacia el final de La maravillosa historia de Henry Sugar, donde se presenta un epílogo de la historia haciendo que Benedict Cumberbatch cambie constantemente de atuendo en un par de minutos y se haga pasar por otros para resumir los últimos años de su vida.
Son buenos ejemplos del sutil y elegante sentido del humor de Anderson jugando a través de los personajes. También son un gran recurso para narrar en el menor tiempo posible, a la vez que se divierte con el juego de palabras y efectos visuales.
El toque teatral
Otra manera en que Wes Anderson transforma los relatos de Dahl es incorporando elementos teatrales. Mantiene la parte literaria usando las palabras de Dahl, la adapta a la pantalla con sus característicos planos coloridos y simétricos, y fusiona ambos mundos a través del teatro.
Esto se nota especialmente en El cisne, donde vemos a personas entrando y saliendo brevemente de la pantalla para entregar utilería o cambiar la escenografía según la narración. También en Veneno, que transcurre íntegramente en un set ficticio de una casa. No se busca engañar al espectador: los ángulos de cámara presentan claramente el escenario, sin restar atractivo a la historia.
Al igual que la abundancia de palabras en el guión, esta decisión de asemejarse al teatro es poco ortodoxa en el actual estado del cine. Es otra hermosa forma que tiene Anderson de mantener al público enganchado y de jugar con el arte y sus diferentes formas. Para casi cualquier otra película (o cortometraje), sería ridículo y contraproducente ponerla en escena como si fuera una obra de teatro. Pero en este caso, esa decisión estilística encaja perfectamente con el estilo de Anderson y las historias de Dahl.
Una invitación a colaborar
Los "Cortos de Wes Anderson y Roald Dahl en Netflix" también son una invitación a colaborar. No me refiero solo a la colaboración entre los dos artistas, sino a una invitación al espectador a participar en el proceso creativo.
¿Cómo invita Anderson? Al limitar la actuación tradicional y enfatizar la narración, deja espacio para que el espectador use su imaginación. Esto puede frustrar a algunos, pero es precisamente el mecanismo que utilizan los libros y los podcasts: guían, pero cada uno crea su propia imagen.
Esto se evidencia, por ejemplo, en The Rat Catcher, cuando el exterminador cuenta cómo dejaba que un hurón cazara ratas dentro de su camisa. No vemos ni la rata ni el hurón; solamente vemos a Ralph Fiennes actuando de forma magistral, haciendo los gestos acordes a la narración mientras los otros dos personajes interpretan también el presenciar esa escena. La cinematografía podría haber mostrado la escena, pero se agradece la libertad de imaginarla.
Obviamente, una de las grandes cosas -si no la mejor- de las películas es que el componente visual más el proceso de postproducción pueden elevar la experiencia narrativa y quitar el peso imaginativo de los hombros de los espectadores, permitiéndonos sentarnos y disfrutar. Sin embargo, es una experiencia agradable formar parte de una colaboración en lugar de consumir pasivamente; ayuda al espectador a implicarse de otra manera. Es una hermosa invitación que nos deja satisfechos con lo que vemos en pantalla. No parece que nos hayan estafado porque, a pesar de su aparente sencillez, todo es bello: la actuación, la fotografía, la escenografía, las palabras que se narran.
Un homenaje, ante todo
Aunque Anderson se apega casi por completo al texto original, sus cortometrajes son, en esencia, adaptaciones. También pueden verse como interpretaciones: "[un] juego entre las interpretaciones literarias de Anderson y sus influencias visuales. Las palabras son de Dahl y las imágenes son de Anderson, pero esas imágenes también toman inspiración de décadas de historias y películas, como recordándonos que no son del todo suyas."[iv]
Podemos verlos como una lectura personal de Anderson sobre Dahl. No es solo el trabajo de Dahl, ni solo el de Anderson, sino una toma creativa sobre el material original. Es un tributo sincero a otro artista.
Este homenaje se hace más evidente en la decisión de incluir la figura de Dahl, interpretado por Ralph Fiennes, en algún momento de cada cortometraje. Está sentado en su sofá, comentando brevemente la historia que se está narrando. Además, cada cortometraje concluye con un texto final que aporta información de fondo sobre los cuentos.
Las adaptaciones a menudo pretenden elevar una historia considerada digna, pero rara vez incluyen un homenaje tan directo al artista que elaboró la obra original, y menos aún de una forma que ensalce su propio medio. Este homenaje, especialmente en el uso de palabras y narradores de forma poco convencional, es una forma de adaptación única y loable.
En general, los cortometrajes me han parecido cautivadores y reconfortantes. Su estreno en Netflix supuso la oportunidad de volver fácilmente al mundo de Wes Anderson en un formato más conciso. Además, agradezco la oportunidad de sumergirme en la perspectiva única de Anderson sobre las historias de Dahl. Mientras que otras adaptaciones de la obra de Dahl destacan su inventiva como escritor, estas adaptaciones permiten examinar más de cerca su talento para describir y narrar. Invitan al espectador a participar en el proceso de creación artística, lo que me parece fascinante y enriquecedor.
[1] https://theplaylist.net/wes-andersons-roald-dahl-shorts-review-the-preciousness-of-wes-anderson-isms-are-pushed-to-their-artisanally-crafted-limits-netflix-20231002/
[2] https://www.miamistudent.net/article/2023/10/wes-anderson-roald-dahl-netflix-short-films-review#:~:text=The%20short%20films%20rotate%20the,this%20year's%20%E2%80%9CAsteroid%20City.%E2%80%9D
[3] https://www.newyorker.com/culture/the-front-row/wes-andersons-roald-dahl-quartet-abounds-in-audacious-artifice-and-stinging-political-critique
[4] https://www.polygon.com/23900570/wes-anderson-roald-dahl-netflix-short-films-order-to-stream