El Bolero de Rubén: El primer musical colombiano
Por Juliana Castañeda
2 de marzo de 2024
Read an English version of this text on Medium.
El pasado 29 de febrero se estrenó en las salas de cine colombianas el primer musical nacional: El Bolero de Rubén. Yo fui a verla al día siguiente y, sin pensarlo dos veces, la califiqué con 4.5 estrellas en Letterboxd. Aquí les cuento el porqué.
Estaba emocionada por ver El Bolero de Rubén porque he seguido la carrera del director Juan Carlos Mazo, porque soy fan de la música de Juliana Velázquez y porque admiro mucho el talento de Majida Issa. Pero, sobre todo, estaba emocionada porque yo crecí viendo y amando musicales como Grease, La La Land, Tick Tick Boom, High School Musical y todos los musicales animados de Disney. Nunca se me había ocurrido la posibilidad de que existiera una versión colombiana. Es más, nunca me había cuestionado su ausencia. Ahora, en retrospectiva, esa idea internalizada parece bizarra, considerando el papel que juega la música en Colombia.
¿Qué significa la música en Colombia?
En Colombia tenemos una relación entrañable con la música. Cada evento social, grande o pequeño, cada actividad rutinaria, cada espacio público y privado es ambientado con música. Básicamente, en Colombia se bailan las desgracias y se cantan las penas. Caminar por cualquier barrio del país es estar expuesto a cambios musicales a cada paso: en la casa vecina, en la tienda y el supermercado, en el colectivo o el taxi, los jóvenes en la calle, el chico en la bicicleta, los vendedores ambulantes, y quienes se suben al transporte público a entretener, todos llevan su parlante con música a todo volumen.
Personalmente, lo que más me enorgullece de ser colombiana es la música que se produce aquí y la variedad de géneros musicales que nacen o se expanden gracias al talento local. A Colombia se le llama “El país de los mil ritmos,” pues en él han surgido aproximadamente 1.025 ritmos, agrupados en 157 géneros musicales, entre los que se encuentran: la cumbia, el bambuco, el mapalé, el bullerengue, el vallenato, el joropo, el merecumbé, la carranga y la champeta. Otros ritmos, si bien originarios de otros países, se han afianzado y crecido en Colombia hasta convertirse en parte del folclore como la salsa, el reggaetón, las rancheras, las baladas y, por supuesto, el bolero.
Con tanto bagaje musical, sí parece ridículo que no se hubiera hecho la conexión entre ese arte y el cine para crear nuestros propios musicales. Eso seguramente se debe a las debilidades del cine nacional y los problemas que afrontan quienes quieren hacer películas en este país, pero de eso no hablaremos ahora.
La música ya ha hecho parte fundamental de la televisión colombiana, pues muchas de las telenovelas más memorables recrean la vida de importantes íconos musicales, como “Escalona”, “El Joe: la Leyenda”, “Diomedes: el Cacique de La Junta”, “La ronca de oro”, o hacen de la música el núcleo de la trama, como “Oye Bonita”, “Amar y Vivir”, o la ganadora del Premio Emmy Internacional a Mejor Telenovela del 2019 “La Reina del Flow”.
El Bolero de Rubén, entonces, trae la música a las salas de cine en un momento en el que los artistas (actorales y musicales) colombianos están en uno de sus momentos de mayor reconocimiento a nivel internacional y en el que el país se replantea sus productos audiovisuales, que hasta ahora han sido caracterizados por comedias o narco historias.
¿De qué se trata El Bolero de Rubén?
No sabría decir qué era lo que esperaba del primer musical colombiano antes de ver la película, pero a medida que esta avanzaba me daba cuenta de que mis vagas expectativas estaban muy lejos de lo que es El Bolero de Rubén. La cinta empieza con un número musical de Marta (Majida Issa) en el que nos cuenta sobre su sueño frustrado de ser cantante y el decepcionante desenlace de su amor de juventud con Rubén (Marlon Moreno). Rápidamente nos inserta en la conmovedora realidad de una mujer que se ve atrapada por la pobreza, el maltrato, y las frustraciones.
Con flashbacks a quince años antes, se nos muestra el contraste de la ilusión, la energía y el amor que vivía la pareja entre noches de rumba y los primeros pasos para construir una familia. También nos introducen a la entrañable amistad que Marta construye con una chica llamada Patricia (Juliana Velázquez) después de que se conocen en el baño de una discoteca en otro estremecedor número musical donde las dos mujeres le cantan al desamor.
En general, la historia parece enfocarse de manera dramática, cómica y musical en las decisiones y desventuras que guiaron la vida de una mujer colombiana en un barrio marginal de Medellín. Sin embargo, a medida que avanza la película, se van entrelazando de manera increíble otra decena de temas transversales para la cultura, sociedad, y cotidianidad colombiana: la violencia, la pobreza, la familia, la religión, el crimen, el amor, el machismo, etc. Para cuando la película se acerca al final, es inevitable que el espectador no esté impactado por la cantidad de plot twists, o giros inesperados en la trama y el desarrollo de los principales, gracias a la aparición de otros personajes como Doña Cruz Elena (Aida Morales), Yeisson (Diego Cadavid) y Doña Cecilia (Jordana Issa).
Mi opinión
Al salir del cine concluí que era ridículo de mi parte imaginar un musical colombiano al estilo de Hollywood y Disney: lleno de anhelos, sueños cumplidos, alegría y ternura pop. Por supuesto que una producción de, por y para Colombia debía reflejar nuestra realidad. Una de contrastes, dolores y música.
Parecía raro, pero me hizo inmensamente feliz ver en el cine números musicales en donde los protagonistas parten un pedazo de panela, caminan frente a un cuadro del Sagrado Corazón y se mueven entre escaleras y calles de comunas. El reflejo leal a lo más profundo de la colombianidad también se logra en el lenguaje vulgar y escueto de los personajes, sus ocupaciones e intereses y, lastimosamente, en la violencia en que se ven inmersos.
Por todo esto, no podría ser otro el género musical escogido para el prototipo de este género de cine en el país. El bolero, con su hermosa forma de combinar la sutileza con la visceralidad del sentir humano, nos ha servido a generaciones de latinoamericanos para cantarle a la pena y al amor. Ahora le sirve al cine colombiano para incursionar, siendo fieles a su realidad, en los musicales. La única crítica que tengo para la película es el título, pues debería llamarse El Bolero de Marta, en honor a la protagonista que pone en movimiento la historia y las canciones.
Me parece un excelente primer musical para el cine colombiano que deja a los espectadores riendo, llorando, y cantando con su inusual combinación de comedia, thriller, drama, y hasta gore. Considerando el inmerso talento local para la música y la actuación, además de la fertilidad narrativa e imaginativa que es Colombia, estoy segura de que este podría ser el primero de muchos buenos músicales que se pueden crear aquí. Creo que El Bolero de Rubén augura un buen destino para las películas venideras que se quieran inscribir en ese género cinematográfico. Aunque espero que tanto los realizadores de cine como los ciudadanos del común nos podamos repensar y representar más allá de las tragedias que nos atraviesan, utilizando los demás ritmos nacionales para narrar nuestras alegrías y fortunas.