La Insoportable Levedad del Ser: fragmentos y comentarios
Por Juliana Castañeda
21 de julio de 2023
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“Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. La persona soporta esa carga o no la soporta, cae bajo su peso, gana o pierde. ¿Pero qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre porque quería abandonarlo. ¿La persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama del peso, sino el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad del ser.”
El anterior es un fragmento de La insoportable levedad del ser, escrita por Milan Kundera, quien murió la semana pasada en Francia, país en el que se exilió desde 1975. En esta, su novela más famosa, el escritor checo narra las complicadas relaciones entre dos hombres y dos mujeres durante la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. La novela filosófica trata principalmente el argumento del eterno retorno de Nietzsche, a través del análisis que hace el autor sobre el peso y la levedad.
Justo cuando se supo la noticia de la muerte de Kundera, yo estaba aproximándome por primera vez a su obra. No quise evitar decir “qué coincidencia” cuando me enteré, y menos cuando leí en la novela la definición de coincidencia como dos acontecimientos inesperados que se encuentran. La semana pasada se encontró mi primera mirada a Milan Kundera con su última mirada a este mundo. Fue un encuentro inesperado y bello, como todas las coincidencias.
Lo que más me sorprendió de La insoportable levedad del ser fue la facilidad con la que se lee, considerando su carácter filosófico. Eso se lo atribuyo a la habilidad del autor para lograr el balance entre narrativa y reflexión. El resultado final son una serie de historias atractivas entre personajes complejos, apoyadas en interesantes reflexiones. A continuación, presento seis de los fragmentos que más me llamaron la atención, junto con mis comentarios, en el orden en que aparecen en la novela. Para no extenderme demasiado tuve que omitir muchos otros temas relevantes que menciona Kundera: “Es muss sein”, la compasión, el peligro de una metáfora, la mierda, las diferencias semánticas entre amantes, el kitsch, y la política.
1. “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. ¿Es mejor estar con Teresa o quedarse solo? No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo.
Pero ¿qué valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni siquiera boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro. «Einmal ist keinmal», repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es como si no viviera en absoluto.”
La vida es lo suficientemente larga para que, siendo una sola, se pueda vivir como varias, y en ese caso parece más una colección de bocetos. Usando el lenguaje escolar, se puede entender la vida como entregas previas al trabajo final: primera entrega, segunda entrega con revisiones, tercera entrega, etc. El que se quiera pensar que no existe tal trabajo final (un cuadro) no desmerita los bocetos. La colección no tiene que ser borradores de algo, pero sí puede tener una finalidad en sí misma. Casi que no importa la obra definitiva si se piensa en la colección de bocetos como una obra valiosa independientemente de su carácter experimental.
En últimas, no tener que presentar un cuadro final no le resta valor a la vida puesto que retira la presión de hacer una obra maestra y permite la comodidad al experimentar con cada boceto, jugando con la certeza liberadora de que el borrador no es calificable. Así se puede tener la visión infantil de los bocetos, que son para dibujar sin reglas ni propósitos trascendentales. O la visión del artista que los usa para mejorar una técnica, experimentar otras, o expresarse sin miedo a ser juzgado.
El primer ensayo para vivir incluye muchos ensayos y el que sea “un boceto para nada, un borrador sin cuadro” (si se le quiere ver así, obviando las visiones religiosas que difieren) no le quita lo valioso. La decisión que atormenta a Tomás en este punto de la historia no es la reducción de su vida entera. Es el primer boceto en la colección y es, de hecho, el tema que se repite en cada boceto. No ocurre solo una vez: es una decisión que va a seguir tomando, reafirmándola o rechazándola, a lo largo de la novela y, por lo tanto, creando nuevos bocetos dentro de la colección que es su vida.
2. “Tenía ganas de hacer algo para que ya no le quedara escapatoria. Tenía ganas de destruir brutalmente todo el pasado de sus últimos siete años. Era el vértigo. El embriagador, el insuperable deseo de caer. También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad. Uno se percata de su debilidad y no quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su debilidad, quiere ser aún más débil, quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y aún más abajo que abajo.”
La rara tentación de volverse ínfimo. De pensarse indefenso y liberado de toda responsabilidad como un infante, un demente, un anciano, un incapacitado. La tentación de querer sentirse sin las competencias humanas que nos caracterizan (la razón, la voluntad, el ascetismo, etc.). La tentación de volverse otra cosa que no sea humano. Ni siquiera como un animal, porque hasta los animales tienen su instinto como límite. Esta tentación es, a veces, más que dejarse llevar por el instinto o de relajar la razón y el control. A veces es la tentación de hacer todo lo contrario. No darle rienda suelta, sino actuar deliberadamente en contra de todo instinto (incluyendo el de supervivencia y el de vivir en comunidad). Hacerlo activamente, sin el límite de la conservación o de la naturaleza, contrario al animal. Es casi como la tentación de querer ser antihumano, que no es lo mismo que animal.
3. “Entonces pensaba que esta barbarie musical sólo imperaba en el mundo comunista. En el extranjero comprobó que la transformación de la música en ruido es un proceso planetario, mediante el cual la humanidad entra en la fase histórica de la fealdad total. El carácter total de la fealdad se manifestó en primer término como omnipresente fealdad acústica: coches, motos, guitarras eléctricas, taladros, altavoces, sirenas. La omnipresencia de la fealdad visual llegará pronto.”
Este análisis en una novela publicada en 1984 y ambientada en 1968 es tanto más cierto hoy en día. La contaminación sonora es una cochinada. En muchas ciudades es casi imposible evadirla y se vuelve una necesidad imperiosa escapar a la pureza y belleza del campo. Allí, en medio de la naturaleza, confluyen sonidos en su justa medida y no, como en las ciudades, para aturdir los sentidos. La fealdad acústica existe cuando no hay un balance sino un aturdimiento. Es un ataque contra el receptor auditivo y ningún ataque puede ser bello. El colmo de este sinsentido moderno es que la lista que menciona el personaje para ilustrar la fealdad acústica en un ambiente urbano ha penetrado el arte. Los ruidos que son inevitables en el funcionamiento frenético de las urbes modernas se quieren amplificar en el arte, que ya no busca satisfacer sino atacar los sentidos. Ahora que la belleza ya no es el valor estético predominante, esos sonidos urbanos aturdidores se incluyen en la música, para seguir aturdiendo el oído y alimentar la “omnipresente fealdad acústica.”
4. “El carácter único del «yo» se esconde precisamente en lo que hay de inimaginable en el hombre. Sólo somos capaces de imaginarnos lo que es igual en todas las personas, lo general. El «yo» individual es aquello que se diferencia de lo general, o sea lo que no puede ser adivinado y calculado de antemano, lo que en el otro es necesario descubrir, desvelar, conquistar … Tomás está poseído por el deseo de apoderarse de esa millonésima y cree que ése es el sentido de su obsesión por las mujeres. No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable, en otras palabras, está obsesionado por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres … Al repetir la fórmula tuvo la feliz sensación de que había vuelto a apoderarse de un trozo de tela del mundo; de que había recortado con su escalpelo imaginario parte del infinito tejido del universo.”
Aquí se habla de otra embriaguez y es la de querer ser un dios que todo lo sabe y todo lo conoce. La primera reflexión sobre el tesoro del «yo» individual es muy bella, y es cierto que demanda ser conquistado. Pero la conclusión de Tomás omite la manía que yace debajo de su obsesión por las mujeres (o “por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres”): la codicia. La gula de curiosidad. “El deseo de apoderarse de esa millonésima” no se enfoca tanto en descubrirlas a ellas y el valor que eso puede tener, sino en sumar a su repertorio “un trozo de tela del mundo.” Es su ego el que quiere ampliar exponencialmente su lista de conocimientos y se fortalece gracias a su profesión. El cirujano posee una serie de saberes y habilidades que están reservadas a muy pocos y que se acercan más al dominio divino (de poder jugar con la vida y la muerte) que al humano. La visión de Tomás de las mujeres como objetos de análisis de un laboratorio, o una sala de cirugía, le genera esa convicción de que, guardando las proporciones, él puede aproximarse a ellas como un dios lo haría “con su escalpelo imaginario [al] infinito tejido del universo.” Tomás se cura de este delirio únicamente cuando se estrella contra su propia humanidad. Se da cuenta de que no puede ser Dios porque cada vez son más obvias las limitaciones de sus capacidades humanas. Es ese momento de humildad ineludible —nunca el supuesto amor por su pareja— lo que finalmente lo empuja a rendirse ante el proyecto de su ego de ser un dios.
5. “La nostalgia del paraíso es el deseo del hombre de no ser hombre … Y lo principal: Ninguna persona puede otorgarle a otra el don del idilio. Eso sólo lo sabe hacer el animal, porque no ha sido expulsado del Paraíso. El amor entre un hombre y un perro es un idilio. En él no hay conflictos, no hay escenas desgarradoras, no hay evolución. Karenin rodeó a Teresa y a Tomás con su vida basada en la repetición y eso mismo era lo que esperaba de ellos. Si Karenin hubiera sido un hombre y no un perro, seguro que hace tiempo ya que le hubiera dicho a Teresa: «Haz el favor, estoy aburrido de llevar todos los días el panecillo en la boca. ¿No puedes inventar algo nuevo?». En esta frase está encerrada toda la condena que pesa sobre el hombre. El tiempo humano no da vueltas en redondo, sino que sigue una trayectoria recta. Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir.”
La dificultad, o imposibilidad, de vivir un idilio bajo las condiciones que nos hacen humanos. El anhelo de no ser humanos, del paraíso, de vivir en un plano en el que no avance el tiempo, ni se compruebe en nuestros cuerpos y mentes, es un estado de perfección caracterizado por la comodidad de la repetición. Este tipo de perfección, en el que el tiempo da vueltas en redondo, donde no hay sube y bajas porque se limita o elimina el número de variables, es la eliminación de las decisiones. La nostalgia de no ser seres limitados al tiempo, a los demás, al universo, es nostalgia de ser impenetrables o inamovibles. Las decisiones, que son necesariamente lo que bifurcan las posibilidades y generan cambios, es lo que atormenta e imposibilita el idilio en el que “no hay conflictos, no hay escenas desgarradoras, no hay evolución.” Lo curioso es que, en últimas, lo que nos hace libres es la posibilidad de tomar decisiones. Pero es esa libertad la que nos incomoda al anhelar el idilio. ¿“Ese es el motivo por el cual el hombre no puede ser feliz, porque la felicidad es el deseo de repetir”? Quizás de repetir lo bueno, porque el tiempo que da vueltas en redondo repitiendo lo malo es la definición del infierno. Qué problema tener la libertad de escoger entre lo bueno y lo malo.
6. “Teresa, la misión es una idiotez. No tengo ninguna misión. Nadie tiene ninguna misión. Y es un gran alivio sentir que eres libre, que no tienes una misión.”
Lo que genera pánico es pensar que se tiene una misión sobrenatural o especial. No tener ninguna misión se siente vacío, no libre—no son lo mismo. Sin el peso que nos ancle a una misión, por elemental que sea, la vida pierde el gusto. Entonces se piensa que los bocetos que componen nuestra vida son inservibles. Se percibe la existencia de manera muy liviana. Esa tiene que ser la insoportable levedad del ser.
La ñapa, para terminar, es una de mis observaciones favoritas sobre las coincidencias:
“Coincidencia significa que dos acontecimientos inesperados ocurren al mismo tiempo, que se encuentran … Se componen como una pieza de música. El hombre, llevado por su sentido de la belleza, convierte un acontecimiento casual (la música de Beethoven, una muerte en la estación) en un motivo que pasa ya a formar parte de la composición de su vida. Regresa a él, lo repite, lo varía, lo desarrolla como el compositor el tema de su sonata.”